Todo lo bueno de vivir fuera

enero 24, 2018 1:08 pm

Mercedes Segura (Lic&MBA 90), profesora asociada de ESADE, conferenciante y asesora en comunicación personal y oratoria para directivos, presenta

 ‘¡ME VOY!’, un libro dirigido a los profesionales que se han ido fuera y a los que dudan de si irse o no. A continuación, nos habla de su experiencia.

Para todos aquellos que han decidido aceptar un trabajo más allá de sus fronteras, para los que ya viven fuera por razones laborales y también para los que están dudando de si optar o no a una oferta laboral en otra ciudad, es importante sopesar en detalle todos los pros y los contras de esta decisión. Se trata de un paso importante, no solo laboralmente, pues cambiar de ciudad es ante todo un cambio de vida.

Antes de decidirse, es bueno informarse con otros expatriados que hayan pasado por experiencias semejantes. Los que ya nos hemos movido podemos ayudar a los que empiezan la aventura. Es importante —antes de lanzarse a lo desconocido— recabar información sobre el lugar y sus gentes, sobre todo lo que ofrece y cómo encajará con mi personalidad. El hecho de que el clima no sea tan bueno como en España, por ejemplo, no es razón suficiente para descartar un lugar. Puede haber muchas ventajas que lo compensen, como que el nivel de vida sea alto, los horarios laborales razonables o bien posea una oferta sanitaria y educativa de calidad. En función de si me traslado solo, en pareja o con toda la familia, mis necesidades cambiarán. Para un profesional con hijos pequeños, si el puesto y la ciudad ofrecen buenos horarios que permitan la conciliación, esa circunstancia puede pesar por encima de otras como el clima.

Una vez en el lugar, hay que ser conscientes de que el primer año es el más difícil, pues es el de la adaptación. Es preferible no comparar con lo que ya se conoce y estar abierto a aprender nuevos modos de hacer. Y no refugiarse en los estereotipos, pueden ser útiles de entrada, cuando se aterriza en un nuevo destino que no se conoce, pero suelen ofrecer una visión muy simplista de una cultura. Es cierto que al principio pueden producirse los llamados choques culturales: malentendidos con la persona que tienes delante, tomar como una grosería lo que para el otro es una muestra de respeto, malinterpretar como aparente frialdad en el trato lo que para otros es cortesía cívica… Es interesante recordar que cada cultura lleva consigo una percepción de la realidad y puede tener otro punto de vista sobre un mismo tema. Voltaire decía: «Los prejuicios son la razón de los tontos».

En esa primera etapa, un buen consejo es darse tiempo para que la nueva vida te guste y no precipitarse juzgando o valorando lo que se siente. Se necesita como mínimo un año para «aterrizar», conocer el barrio en el que se ha elegido vivir, relacionarse con los compañeros de trabajo, empezar a hacer amigos, decidir dónde realizar las compras, dónde hacer gimnasia o cómo pasar el fin de semana… En una palabra, buscar tus rutinas. Cada ser humano tiene las suyas, desde dónde tomar el café por la mañana hasta qué trayecto escoger para volver del trabajo en coche y evitar el tráfico. Al trasladarse a un nuevo destino, esas rutinas se pierden; por ello, es importante reencontrarlas cuanto antes, pues eso ayudará al expatriado a sentirse bien.

Mucho se ha escrito sobre los contras de vivir fuera: el choque cultural, la falta de adaptación, la nostalgia, el síndrome del expatriado, la fuga de cerebros… Sin embargo, sobre los pros no se habla tanto. Para animar a los que dudan o reafirmar a los que ya han tomado la decisión de aceptar una oferta fuera, permítanme citar algunos aspectos positivos de la experiencia:

– Desarrollar la capacidad de adaptación, volverse más flexible. Cuanto más se cambia menos cuesta el siguiente cambio, cada vez se abraza con más interés lo nuevo.
– El conocimiento de otras culturas, otras lenguas, otros modos de hacer, otras gentes… proporciona una riqueza que no tiene precio.
– Ese enriquecimiento se extenderá también a la pareja y los hijos del trasladado. Es cierto que para la pareja el cambio puede suponer un sacrificio personal y laboral, pero también una oportunidad de reforzar su relación y vivirla desde una perspectiva diferente. Para los hijos, es un regalo en su formación el poder vivir una experiencia de este tipo.
– La posibilidad de reinventarse, de volver a empezar, en muchos aspectos. Se pueden dejar de lado aspectos de la personalidad o la vida cotidiana con los que uno ya no se identifica.
– La percepción del tiempo vivido fuera es mucho más intensa, por la, frecuentemente, temporalidad de la situación, por la novedad, por el cambio que supone.

Y, como punto final, lo más significativo de vivir fuera, lo que uno recuerda con más intensidad y se lleva consigo, son los amigos que hace en cada lugar. Alfredo Bryce Echenique dijo: «Mi patria son los amigos», qué gran verdad. Cuando uno se mueve, los amigos se hacen más rápidamente y se profundiza en la amistad más fácilmente. Los nuevos amigos se convierten en amigos íntimos y en casi familia en mucho menos tiempo del que se necesitaría en el lugar de origen. Eso es algo mágico, uno de los regalos que ofrece el vivir fuera. No hay que tener miedo a moverse; si se está abierto al cambio se puede ser feliz en cualquier sitio. ¡Buen viaje!

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